24 octubre 2016

Despedida

Cuando estaba pequeña, viajábamos 8 horas para ver a la familia y pasar días increíbles. Al regresar, ya en la despedida se sufría dolor de pecho y  un nudo en la garganta que lo recuerdo desde que tengo memoria, es decir, desde los 6 años. Esa es la cantidad de años que le llevó a mi hermano y lo digo, porque realmente no recuerdo casi nada antes de eso, quiere decir que mi vida toma sentido desde su existencia. Y casi todo lo recuerdo con él. El regreso era mortalmente doloroso para nosotros dos. Yo no tenía empacho en llorar y que todo mundo me viera hacerlo, a veces no podía ni despedirme de ellos. Pero mi hermano, de 3 años lo recuerdo encontrando en mi, la excusa perfecta para llorar por algo "que yo le hice" y de ahí tomar valor para llorar de pena hasta quedarse dormido.

...Hoy, se van los primitos de Mateo, estuvieron tres días inseparables, él sabe vivir la vida aprovechando el amor y el momento. Nada interfirió en ellos, en su entusiasmo, su emoción y es, hermoso vivirlo de cerca.

Hasta hace una hora que se despidieron, todo comenzó a convertirse en caos. Todo reventó y entonces, me pregunté: porqué a él también le tocará? Porque?
Su llanto era una protesta, un disparo de frustración, de impotencia, nada existía para consolarlo.

Se hizo de todo, nos paramos de cabeza, intentamos eco tentamos y en un momento en que no pudimos más,  me senté detrás de él y le dije, sabes, yo te entiendo, sufrí lo mismo que tú y se lo que se siente.
Hubo silencio...

Sé que me escuchó, lo sé. Me dolió el pecho. 






1 comentario:

Anónimo dijo...

Sin las despedidas, no hay consciencia del valor de la compañía, del amor, del disfrutar estar juntos. Mateo enseña con su pureza de sentimiento, igual que su mamá. Corazones capaces de expresar lo que sienten... No todos tenemos la dicha de esa sensibilidad. Gracias por compartir!